sábado, 16 de enero de 2016

Me descubrí queriendo ser padre

En medio de la penumbra del despunte del sol, del rugir del motor, del vaivén del autobús y mi somnolencia habitual de aquella hora del día; me descubrí observando a través de una ventana, pero sin enfocarme en algo específico !Que cosas tiene Dios y el destino¡ Lo que para cualquier persona hubiese sido una escena más en su viaje rutinario a la Universidad, para mi fue una revelación de lo que estaba por venir. 

Mi mirada se detuvo en un vehículo un tanto viejo en el cual viajaban dos personas. La primera era un señor que conducía, cuya edad estaría alrededor de los 40 años y la segunda era un niño que ocupaba el puesto del copiloto y su edad estaría alrededor de los 10 años. A partir de ese momento comencé a grabar cada instante como si fueran los cuadros de una película de 35 mm y mi mente comenzó a hacer de la suyas, es decir, me sumergió en un hilo reflexivo y un tanto mentalista.

En aquella escena yo veía al señor que hablaba y gesticulaba en dirección al niño, lo que me hizo entender que algo le estaba contando o explicando. Por otro lado, la cara del niño denotaba total atención y hasta admiración por aquel señor. Todos estos gestos y ademanes me hicieron entender que lo que yo veía era un padre compartiendo alguna historia o explicación con su hijo, durante su acostumbrado viaje hacia el colegio y el trabajo.

De pronto y sin mucha explicación, comencé a crear una empatía por aquella escena y una mezcla de sentimientos surgieron en mi interior. Sentimientos como: admiración, anhelo, ternura, comprensión; sentimientos que juntos eran extraños para mis cortos 18 años de edad. Esto me llevó a explorar mi futuro y comencé a dibujar en mi mente bocetos de momentos en donde mis brazos sostenían una criatura, mientras mis ojos de ternura lo contemplaban y una sonrisa de orgullo se dibujaba en mi rostro, momentos en donde jugábamos con una pelota y veía como mi muchacho se hacía grande y fuerte, momentos en donde mi mano reposaba en su espalda para alentarlo a que siguiera adelante y otros tantos momentos que circularon velozmente y que me hicieron entender que mi instinto paterno había nacido bajo aquellas circunstancias tan inverosímiles. Allí en ese autobús universitario, en medio de una gran avenida de la capital, rodeado de tantos jóvenes entendí una de las más grandes verdades de la vida "Lo único en lo cual podemos estar seguro que dejaremos en este mundo y esta vida, es nuestros hijos; es decir, ellos son nuestro legado".

Tres años después, me vi observando la foto de un ecosonograma preocupado por el bienestar de una "bolita" que sin tener boca me gritaba !Ya eres padre¡


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